A ver.
El otro día despotricaba sobre el abandono del arco iris. Hoy salto a otro asunto que tiene miga.
El Senado francés acaba de aprobar su flamante ley contra la moda rápida y contra esa mutación llamada ultra fast fashion. Todo el mundo aplaude porque, al parecer, salvarán el planeta con etiquetas de colores (sí, de risa).
Los titulares pintan un cuento ecológico brutal:
Más de tres mil millones de prendas al año.
Un eco score obligatorio pegado junto al precio.
Una tasa verde que empieza en cinco euros y puede llegar a la mitad del precio de la prenda.
Las firmas que no alcancen la nota se quedan sin anuncios, sin poder usar influencers y sin mimos.
Cualquiera diría que París se ha puesto la capa de heroína climática.
Las obligaciones más duras miran de reojo a Shein y Temu, las asiáticas que lanzan miles de novedades al día. Inditex, H&M y el resto del vecindario europeo respiran más tranquilos gracias a un nivel de exigencia algo más suave.
Y esa es la jugada.
Bajo el manto verde late un músculo proteccionista enorme: Francia blinda sus cadenas, mete peaje a las importaciones ultra baratas y, de paso, finge que todo es pedagogía climática (vaya cabrones).
Ganan las marcas del hexágono porque su ritmo de novedades es menor y su canal logístico está a la vuelta de la esquina.
Pierden los compradores con sueldo ajustado que compran en la app del móvil y no tienen tiempo ni para pisar una tienda. Pagará más quien menos tiene, no quien más contamina.
Ojo…
Si Francia marca el paso, la Unión acabará bailando el mismo ritmo. Y cuando llegue la música recuerda esto: cada céntimo verde recaído en París tiene acento comercial. Contar ovejas climáticas sirve, sí, aunque algunas duerman en el corral proteccionista.
P.D.: Leamos la letra pequeña antes de brindar con champán reciclado.
P.D.2: ¿Tú también sospechas que detrás de tanto verde late más bolsillo que conciencia?
Vaya!! Me gustó mucho
Gracias por compartir 👌